La hidra de therlore dejó caer su última cabeza sobre el cieno, salpicando a mis compañeros que apenas habían tenido tiempo de apartarse para no morir bajo su peso.
Fuego me miró intensamente, molesta quizás por la imprudencia, asombrada quizás por haberse retirado a tiempo o, tal vez, asegurando mi posición y la muerte definitiva de la bestia. La observé darse la vuelta para mirar a Elhéazar que intentaba muy dignamente sacudirse el barro y la sangre de su capa, como si fuera el polvo de una minuciosa búsqueda entre libros en vez del resultado de una encarnizada lucha contra un enorme monstruo de tres cabezas.
Contuve la risa en un esfuerzo sobrehumano mientras me concentraba en buscar un lugar por el que deslizarme de la espalda del animal.
- Espera - oí la voz de Fuego instarle a Elhéazar y tuve que mirar.
Se había quedado muy quieto, evaluándola mientras ella intentaba quitarle un pegote de barro del pelo. Los ágiles dedos de la joven atraparon la viscosa y escurridiza masa de tierra y agua que se deslizó, inmediatamente, esquiva y traidora de su mano para ir a parar a la nariz del hechicero.
- Vaya...
- No, no, deja... - pero ya era demasiado tarde, la mano embarrada de Fuego se había posado en su cara extendiendo el lodo arbitraria y despreocupadamente.
-Vaya... - repitió ante el gesto de consternación de Elhéazar mientras lo miraba fijamente y se apartaba unos pasos de él como si -me dio la impresión a mi- quisiera contemplar la totalidad de su obra.
Me haía quedado a medio camino, dudando entre dejarme deslizar o no por la rugosa piel del animal, entre el asombro o la risa, la ironía o pasar desapercibido evitando que la ira de Elhéazar se volviera contra mí.
Entonces Fuego, apoyando la frente en el largo bastón en el que se sostenía, como si pudiera esconderse de su penetrante mirada detrás de aquella fina vara, estalló en carcajadas. El hechicero la evaluó severamente, se miró las manos, la volvió a mirar y, - lo que ocurrió a continuación me hizo perder el equilibrio-, se rió. Hacía mucho tiempo que no oía la risa de Eli, tanto que casi se me había olvidado como era: clara, dulce y profunda.
Intenté levantarme pero la caída me había dejado atrapado entre el barro y dos de los enormes y pesados cuellos de la hidra.
- Vaya...- musité dejando que mi risa se uniera a la suya en los ecos oscuros y verdosos del bosque.
No dejamos de reírnos hasta mucho después cuando consiguieron sacarme de allí y exhaustos nos sentamos sobre las raíces de una enorme saidcua cercana.