martes, 17 de noviembre de 2009

Estirpe

-¡Eli?- mi voz infantil se perdió en ecos por la entrada de la cueva. Me quedé allí un momento sintiendo el frío húmedo que emanaba del interior.
-¡Eli?- volví a llamar una vez más, algo temeroso.
Miré en rededor, el viento agitaba mimoso las altas copas de los árboles y el sol se alzaba alto sobre el bosque y las tierras de labrío. Lejos: el pueblo, el templo y la voz aburrida del sacerdote instruyendo a los novicios.
Un aire húmedo y frío salió de lo oscuro, denso como el limo verde que habitaba en las paredes de su hogar o verdinegro como el que recubría el suelo de la entrada.
Miré con la duda flotando en el despeinado negro de mi pelo los ya nunca blancos bajos de la túnica que me quedaba algo grande, restos de mi pequeña excursión por el bosque, y luego, la oscuridad pegajosa de la cueva.
"mejor volvamos"- me dije a mi mismo- "Eli no está aquí y las huellas que hemos visto son... otras huellas. Seguro que él también se ha retrasado y te está esperando."
Pero un acariciador murmullo surgió entonces del interior como una invitación oscura que olvidó mi mano cubierta de limo sobre mi blanca túnica y giró mi cuerpo tierra a dentro, entre aquellas sombras húmedas y frías.
Luego, mentiría diciendo que pensé que era Eli quien me llamaba pero siempre supe que era otra cosa lo que me invocaba desde las profundidades.
Me adentré sigiloso levantándome los bajos de la túnica, andando de puntillas con mis gastadas y pequeñas botas. No reparé en lo oscuro, ni en qué monstruos podían anidar en los recovecos de los túneles, ni en cuan encantador y quebrado era el canto que me guiaba, porque cuando quise darme cuenta el corredor se aclaró tenuemente y se ensanchó a la débil luz de un fuego casi apagado.
En medio de la caverna, con los brazos extendidos un hombre recitaba el murmullo que me había llevado hasta allí y habría seguido avanzando si un lastimero sollozo no me hubiera detenido a medio camino, entre el final del túnel y el lastimero multo que tiritaba a los pies del invocador. Miré allí sintiendo el dolor que surgía del llanto en oleadas como algo mío, casi tangible. Otro paso más para contemplar la sombra que agazapada sobre él comenzaba a poseerlo como alimaña oscura y cruel dejando caer las babas del miedo sobre sobre su presa moribunda. Levantó su cuerpo del hambre un momento para mirarme y me habló con una voz de gorgéos sibilinos: agradecido por dar cuenta de la trampa, me regalaba su presa. Sus respetuosas palabras quedaron palpitando en mi piel mucho después de que saltara como huido hacía una grieta de noche que desapareció con su risa.
Mi corazón latía con fuerza, mis manos se levantaron hacía aquel abismo y el aire fue demasiado denso para mis pulmones. Aun asó lo llamé por su nombre verdadero sabiendo muy dentro de mi que ya estaba demasiado lejos para escucharlo. Quise seguirle, continuar aquella conversación a medias, hacer preguntas, pero unas fuertes manos me sujetaban.
- ¿A dónde crees que vas?- la altura del brujo me dominaba y volví el gesto del anhelo al súbito terror.-¡Por Isheeroon! ¿Quién tenemos aquí!- me zarandeó riéndose complacido de su suerte, cruel de inspiraciones.- El mismísimo hijo de Alhäarzira: El último traidor.
Me golpeó brutalmente antes si quiera que pudiera pensar en defenderme y lo siguió haciendo hasta que fui un ovillo medio inconsciente a sus pies. Apenas me quejé cuando el dolor de sus golpes creció en mi despertando la dormida Sed y el sabor de mi propia sangre bajó por mi garganta con un gorgeo inaudible. Sólo pensaba en sus extrañas palabras y en mi madre, despreocupada, tendiendo la ropa bajo la luz del patio interior de nuestra casa.
Sentí que me arrastraba, su risa perdiéndose en ecos entre el tapiz verdoso de las paredes.
-¡Abre los ojos!- me ordenó mientras me alzaba del suelo, agarrándome por el pelo. Lo miré con los ojos llenos de lágrimas negándome a deshacerme en inútiles palabras. Rió. - No me esperaba menos de ti. Así calladito me ahorraras las drogas.
Su daga destelleó fugaz en mis pupilas antes de saciarse con la sangre de mis entrañas. Caí sobre el cuerpo aun con vida de otro niño. Sollozó a mi lado mientras me retorcía intentando mantener la sangre dentro de la herida.
- ¿De qué conoces a mi madre?- balbuceé tontamente al fin, tras recobrarme un poco, poniéndome de rodillas.
Pero él solo rió.
- Tienes aguante ¿eh?... mejor nos lo pasaremos.
Entre la neblina del mareo sentí la mano de mi compañera de suplicio asirse a mi túnica y la miré. Era sólo una niña como yo con el pelo rubio y largo esparcido sobre el verdirojo colchón del suelo, y los ojos entreabiertos a la muerte. Me sonrió levemente, desde las últimas brumas de la droga y las primeras del valle del silencio. Sus labios se movieron sin sonido pero mi mano sobre la suya entendió cual era su deseo.
Y yo sólo podía recordar una oración y estaba convencido que no era a ningún Dios de luminosos mundos.
Comencé débilmente a recitarla mientras la quebrada voz del hombre tejía su hechizo con nuestra sangre. Cada palabra pronunciada me hacía estremecer, golpeando fuertemente dentro de mis sienes hasta que en el último silencio el rostro dormido de mi compañera no fue más que una mancha borrosa y sin sentido.

Una blanda y cálida mano me sostuvo antes de tocar el suelo.

- ¡Imaar!¡Imaar!¡Imaar!
Desperté para ver el gesto de preocupación de Eli que me sacudía. Lo abracé llorando. Su liso y suave pelo acariciando mi mejilla.
-Menos mal que estás aquí he tenido una pesadilla horrible.
Sus brazos me rodearon cálidos, levantándome con él, estirando el silencio de sus labios.
- Lo siento Imaar.- me susurró firme.- Me temo que no ha sido una pesadilla.

lunes, 31 de agosto de 2009

Alianzas

La luz rojiza de la lava sobre la que surgía el Alcazar de la Media Noche entraba por la ventana de mis aposentos donde tenía perdida la mirada.
Hacía horas que el día se había rendido para permitir que aquel hermoso resplandor cobrara la intensidad tenue de las tinieblas sobre nuestros cuerpos.
Hacía horas que estaba allí tendido, apenas sin moverme, junto al cuerpo dormido de Dédira que me abrazaba y tanteaba mi cuello con su aliento, olvidando cuánto me detestaba.
Alguien llamó tres veces a la puerta. Fueron los tres golpes quedos de un interrogante.
Me levanté apartando cuidadosamente el cuerpo de mi aprendiz que ocupó con un quejido el espacio que dejaba y agarré a mi pasó la túnica negra que había dejado tirada sobre una silla. Cuando abrí aún tenía la ropa a medio abrochar y el dulce calor escapando de mi piel.
- ¿Si? - miré inquisitivamente a la figura oscura que me observaba desde el interior de una capucha verdinegra. A cualquier otro le habría recorrido un escalofrío ante aquella imitación de quien respira, yo sólo pude sentir un atisbo de curiosidad.
- Nabla aceptará encontrarse contigo.- siseo gangosamente el ser en un frío susurro.
- Dime el lugar.- le ordené mientras miraba de reojo a ambos lados del pasillo asegurándome que nadie nos veía.
- Pantano de Laar' Sik en el Templo.
- Dile a Nabla que allí estaré.
El ser asintió respetuoso y desapareció como líquida sombra entre los baldosines del suelo.
Pensativo cerré la puerta y me volví con la intención de terminar de vestirme y preparar las cosas para mi partida.
Dédira sentada en la cama, somnolienta, me miraba.
- ¿Te vas?- me agaché a recoger su ropa del suelo para colocarla en el respaldo de la silla del escritorio, disimulando mi sorpresa ante el tuteo.
- Si... - la miré sonriendo cálidamente.- Poco a poco todos los cabos van quedando atados.
Ella no sonrió, siguió mirándome fijamente con aquellos ojos duros y evaluadores.
- ¿Quieres que me vaya a casa?
- ¿Quieres irte?- tanteé, sabiendo que aquello podía terminar en una agotadora discusión en la que yo le "obligaba" a hacer lo que ella realmente quería hacer.
Frunció el entrecejo y espere mientras el silencio tensaba las palabras.
- No. -negó con la cabeza, cansada.
- Haz lo que quieras, entonces,...- me había quedado allí quieto paralizado, entre sorprendido y esperanzado, intentando no dejarme llevar por el optimismo.
- ... y si... - dudó y yo no pude soportarlo más y me acerqué a ella rascándome la cabeza, intentando no sonreír.
- ¿Y si...? - me senté en la cama cerca de ella. Nos observábamos, midiendo las distancias que ella siempre se había esforzado por mantener y yo por suprimir. Sus palabras parecían haber muerto definitivamente en su boca.
- Dédira... - comencé. Apretó los labios orgullosa.
-¿Y si quiero quedarme contigo y ayudarte, y si es eso lo que quiero, participar de tus planes?- me cortó altiva y desnuda entre las sábanas y las sombras rojas de la habitación.
La evalué largamente dejando que mil preguntas pasaran por delante de mis ojos, sin darles apenas importancia. Suspiré cansado y me encogí de hombros: le sonreí.
- Bueno pues entonces tendrás que vestirte y prepararte para una pequeña excursión.- reí finalmente ante la seriedad de su gesto.
- ¿Pero me vas a contar de que van o no? A lo mejor puedo ayudarte.
Me levanté aun divertido y le tendí la ropa. Mis ojos debían de brillar provocadores y expectantes porque rehuyó mi mirada antes alargar la mano para cogerla.
- Vamos, te lo contaré por el camino.

domingo, 2 de agosto de 2009

Urgul, El Guardián del Tiempo

Era un oscuro día de principios de otoño y una fina y densa llovizna de seda caía sobre la ciudad.
Me pareció hermosa bajo el sombrío velo de las aguas.
Los baldosines blancos de la plaza brillaban a cada gota con una melodía intermitente y la alta figura de la torre de la posada sumergía su mirada en el cielo gris.
Avancé casi sin sentir la humedad traspasar mis ropajes, simplemente disfrutando de sus frescas manos sobre mi rostro y me detuve en medio de la plaza. En frente, la sombra de las antiguas ruinas brujas se alzaba siniestra sobre las vigilantes murallas del cuartel y un laberinto de retorcidas calles me invitaba a perderme a mi izquierda.
La mano de Elhéazar se posó sobre mi hombro amistosa y reconfortante, y cuando me giré lo hice para encontrarme con sus ojos oscuros sonriendo debajo de la lluvia.
- ¿Podrás resistir la tentación y acompañarme a asegurarnos un lugar donde dormir o me abandonarás inmediatamente en busca de tu libertad?- ya entonces leía en mi como en un libro abierto y sus acertadas palabras crearon un eco de risa en la tormenta.
- Te acompañaré- dije dirigiéndole una ambiciosa mirada a la ciudad.- y luego te arrastraré fuera de la posada para que aprehendamos juntos nuestro nuevo hogar.
Recuerdo que sonrió triste, como siempre viendo mucho más lejos que mi propia maldición, y negó con la cabeza antes de suspirar invitándome con un gesto tácito a que le siguiera.

viernes, 31 de julio de 2009

Yo

Mi nombre es Ilkaan Al Shaar.
Príncipe de los malditos.
Duque del Infierno.
Hijo del Deseo...
del deseo peor de todos los deseos.