lunes, 31 de agosto de 2009

Alianzas

La luz rojiza de la lava sobre la que surgía el Alcazar de la Media Noche entraba por la ventana de mis aposentos donde tenía perdida la mirada.
Hacía horas que el día se había rendido para permitir que aquel hermoso resplandor cobrara la intensidad tenue de las tinieblas sobre nuestros cuerpos.
Hacía horas que estaba allí tendido, apenas sin moverme, junto al cuerpo dormido de Dédira que me abrazaba y tanteaba mi cuello con su aliento, olvidando cuánto me detestaba.
Alguien llamó tres veces a la puerta. Fueron los tres golpes quedos de un interrogante.
Me levanté apartando cuidadosamente el cuerpo de mi aprendiz que ocupó con un quejido el espacio que dejaba y agarré a mi pasó la túnica negra que había dejado tirada sobre una silla. Cuando abrí aún tenía la ropa a medio abrochar y el dulce calor escapando de mi piel.
- ¿Si? - miré inquisitivamente a la figura oscura que me observaba desde el interior de una capucha verdinegra. A cualquier otro le habría recorrido un escalofrío ante aquella imitación de quien respira, yo sólo pude sentir un atisbo de curiosidad.
- Nabla aceptará encontrarse contigo.- siseo gangosamente el ser en un frío susurro.
- Dime el lugar.- le ordené mientras miraba de reojo a ambos lados del pasillo asegurándome que nadie nos veía.
- Pantano de Laar' Sik en el Templo.
- Dile a Nabla que allí estaré.
El ser asintió respetuoso y desapareció como líquida sombra entre los baldosines del suelo.
Pensativo cerré la puerta y me volví con la intención de terminar de vestirme y preparar las cosas para mi partida.
Dédira sentada en la cama, somnolienta, me miraba.
- ¿Te vas?- me agaché a recoger su ropa del suelo para colocarla en el respaldo de la silla del escritorio, disimulando mi sorpresa ante el tuteo.
- Si... - la miré sonriendo cálidamente.- Poco a poco todos los cabos van quedando atados.
Ella no sonrió, siguió mirándome fijamente con aquellos ojos duros y evaluadores.
- ¿Quieres que me vaya a casa?
- ¿Quieres irte?- tanteé, sabiendo que aquello podía terminar en una agotadora discusión en la que yo le "obligaba" a hacer lo que ella realmente quería hacer.
Frunció el entrecejo y espere mientras el silencio tensaba las palabras.
- No. -negó con la cabeza, cansada.
- Haz lo que quieras, entonces,...- me había quedado allí quieto paralizado, entre sorprendido y esperanzado, intentando no dejarme llevar por el optimismo.
- ... y si... - dudó y yo no pude soportarlo más y me acerqué a ella rascándome la cabeza, intentando no sonreír.
- ¿Y si...? - me senté en la cama cerca de ella. Nos observábamos, midiendo las distancias que ella siempre se había esforzado por mantener y yo por suprimir. Sus palabras parecían haber muerto definitivamente en su boca.
- Dédira... - comencé. Apretó los labios orgullosa.
-¿Y si quiero quedarme contigo y ayudarte, y si es eso lo que quiero, participar de tus planes?- me cortó altiva y desnuda entre las sábanas y las sombras rojas de la habitación.
La evalué largamente dejando que mil preguntas pasaran por delante de mis ojos, sin darles apenas importancia. Suspiré cansado y me encogí de hombros: le sonreí.
- Bueno pues entonces tendrás que vestirte y prepararte para una pequeña excursión.- reí finalmente ante la seriedad de su gesto.
- ¿Pero me vas a contar de que van o no? A lo mejor puedo ayudarte.
Me levanté aun divertido y le tendí la ropa. Mis ojos debían de brillar provocadores y expectantes porque rehuyó mi mirada antes alargar la mano para cogerla.
- Vamos, te lo contaré por el camino.

domingo, 2 de agosto de 2009

Urgul, El Guardián del Tiempo

Era un oscuro día de principios de otoño y una fina y densa llovizna de seda caía sobre la ciudad.
Me pareció hermosa bajo el sombrío velo de las aguas.
Los baldosines blancos de la plaza brillaban a cada gota con una melodía intermitente y la alta figura de la torre de la posada sumergía su mirada en el cielo gris.
Avancé casi sin sentir la humedad traspasar mis ropajes, simplemente disfrutando de sus frescas manos sobre mi rostro y me detuve en medio de la plaza. En frente, la sombra de las antiguas ruinas brujas se alzaba siniestra sobre las vigilantes murallas del cuartel y un laberinto de retorcidas calles me invitaba a perderme a mi izquierda.
La mano de Elhéazar se posó sobre mi hombro amistosa y reconfortante, y cuando me giré lo hice para encontrarme con sus ojos oscuros sonriendo debajo de la lluvia.
- ¿Podrás resistir la tentación y acompañarme a asegurarnos un lugar donde dormir o me abandonarás inmediatamente en busca de tu libertad?- ya entonces leía en mi como en un libro abierto y sus acertadas palabras crearon un eco de risa en la tormenta.
- Te acompañaré- dije dirigiéndole una ambiciosa mirada a la ciudad.- y luego te arrastraré fuera de la posada para que aprehendamos juntos nuestro nuevo hogar.
Recuerdo que sonrió triste, como siempre viendo mucho más lejos que mi propia maldición, y negó con la cabeza antes de suspirar invitándome con un gesto tácito a que le siguiera.