miércoles, 17 de octubre de 2012

Ofrendas a Olvido

Era casi el amanecer y una brisa fresca impulsada por el calor sofocante de las grietas mecía las alturas de los pasillos superiores. 

Apoyado en el alféizar de un gran ventanal contemplaba la siempre súbita huida de la oscuridad con la entrada del alba, las tímidas nieves sobre el lejano Pico del Muerto que destelleaban anaranjadas en la distancia, la densa oscuridad del pantano que le rodeaba y allá, no demasiado lejos, a la izquierda, la extensa selva que custodiaba celosa en su interior la fortaleza-castillo de Nabla.

Suspiré pensativo, recordando qué asuntos me habían llevado a subir tan arriba en Alcázar de la Media Noche y me debatí unos instantes más entre la prisa que me acuciaba y la belleza que mantenía atrapada mi mirada.

Entregarme a descabelladas misiones imposibles me resultaba más fácil cuando salían de la mente de Elhelzor y no de la mía. No había tenido que pasar mucho tiempo desde su muerte para que su ausencia se revelara a plomo al tener que urdir en solitario los planes más sencillos.
Sin embargo allí estaba como una prueba evidente de que no sólo podía hacerlo, sino que no se me daba tan mal. Sólo tenía que entrar en los aposentos de Versil, coger "La Esfera de Condensación Psijética" y salir sin levantar sospechas para que todo el esfuerzo de las últimas semanas no fuera en vano. Entonces el camino para recuperar a mis amigos y ser libre estaría deslizándose rápido bajo mis pies. Sonreí ensoñadoramente mientras imaginaba la cara de Versil, ignorante a todo ello, soberbiamente confiado justo antes de la decepción final cuando...

-S'ira'kd- la voz del Ishar hizo que me diera la vuelta mecánicamente para mostrarle una dulce sonrisa congelada.- Quiero pensar que tu rapidez se debe a que al fin has aprendido a someterte a mis ordenes como corresponde...

Sin dejar que su tono de voz alterara en nada mi gesto me encogí de hombros con un sutil cabeceo que bien podía interpretarse como asentimiento. Domé la incertidumbre y el miedo que me causaron el no haber calculado aquella variable mientras evaluaba el enorme cuervo que llevaba atado a un guante de cetrería. Versil no debía estar allí, yo mismo había escuchado las órdenes que L'am'rk le había dado apenas media hora antes. No debía estar allí, sino muy lejos al otro lado del mar en busca de su oráculo.

- Bien,- dijo acariciando las plumas azuladas del animal que se movió inquieto y temeroso en su mano, haciendo sonar la cadenita que colgaba de su caperuza de cuero.- ahora tendrás tu oportunidad de demostrarlo. Tengo unos asuntos que atender y no quiero que me molesten bajo ninguna circunstancia. Permanece aquí e impide que nada ni nadie entre hasta que yo te diga lo contrario.

"O mueras" pensé mientras, esta vez sí, asentía ceremoniosamente. No fue sólo que me pareciera raro que me encargara una misión que podía haber llevado a cabo cualquier soldado de la Quinta Tribu, hubo algo en su mirada, o quizás en el graznido roto del pájaro, que me empujó a hablar.

- Si esperáis que alguien o algo en particular venga a interrumpiros creo que sería mucho más productivo que ampliarais mi información al respecto. Señor.

- Esos modales tuyos...- apenas se giró, lo suficiente para ofrecerme la más depredadora de sus sonrisas- que decepción el día que no pueda ayudar a moldearlos...

Desapareció tras la puerta dejando la amenaza en el aire y un regusto ácido en la comisura de mis labios.  Me limpié un hilillo de huidiza sangre con un suspiro y le di un largo trago a la botella de U'zj'd que lleva en el bolsillo.

No tardó mucho en aparecer, en cualquier caso mucho menos de lo que yo habría esperado. Se deslizó a través de las sombras de los ventanales que tenía enfrente, haciendo que la realidad en torno suyo vibrara en ondulaciones. Sólo un ishar que controlara sus tres formas a la perfección podía utilizar las dobleces del tiempo-espacio y llegar hasta dónde estábamos pasando por encima de las protecciones del Alcázar de la Media Noche. No me sorprendió ese poder en Everest Atalaya, sino su aspecto cansado, sus cabellos encanecidos y el parche que tapaba ahora su ojo izquierdo con una cicatriz larga que subía hasta perderse, brillante, en el cuero cabelludo.

- Everest Atalaya- casi exclamé, incapaz de disimular que pese a todo me alegraba de verlo.
-Aparta- me advirtió amenazador sin mudar el gesto sombrío, sin alzar el tono de voz y sin desviar la mirada de la puerta de doble jamba que se alzaba a mis espaldas.
- Lo siento- contesté abandonando sincero mi sonrisa- pero no puedo.

Vi como apretaba sus madíbulas un momento, meditando quizás si desenfundar las dos espadas que que asomaban a su espalda o invocar otro misterioso poder en contra mía.

-Ójala pudiera, - aventuré, en un intento de aplacar la ira que visiblemente le dominaba- pero no puedo.

Cuando me envistió apenas pude proteger la puerta a mis espaldas, desplazándonos unos metros hacia la pared cercana. Un dolor intenso en mi espalda y en mi pecho hicieron que regurgitara una sangre negra y espesa. Lo agarré entre toses mientras desplazaba mi voluntad para obtener las suficientes fuerzas para retenerlo. 

-Atalaya, esta es una buena oportunidad...- le apremié mientras volvía a golpearme contra la pared, furioso, cortando mi aliento y mis palabras- no la desperdiciemos.
-Una buena oportunidad... ¿Para qué?¿Para quién?¿Para tu provecho?- con cada pregunta aumentaba su presión y hacía que el dolor se me subiera a la cabeza con descargas electrificantes. Cerré los ojos y me contraje en un esfuerzo por controlar la sobrecarga de poder que me alimentaba. 
- Para hablar...- sonreí conciliador antes de atreverme a susurrar de nuevo- ... yo también quiero liberarme.
- Si Fuego está atrapada es por vuestra culpa.-Mascuyó- Era nuestra esperanza, la muerte no sería suficiente castigo para ti.

Negué con la cabeza, contento de haber llamado su atención y de no estar quitándonos la piel a tiras y destruyendo el pasillo en nuestra lucha.

-No mi culpa, Versil.-Tragué un poco de mi propia sangre.- También quiero liberarla. Ayúdame, Atalaya.- Lo agarraba con fuerza, ansioso, casi sacudiéndolo, vibrando ante el deseo de la posibilidad.-Con tu ayuda...

Me golpeó con tanta furia contra la pared que esta vez sentí la piedra quebrarse junto con mis huesos.

-¡No lo entiendes!- la frustración y el dolor de sus mirada me dejaron sin aliento: había lágrimas en sus ojos grises, amargas y desesperadas lágrimas.- No hay remedio para una obliteración. No hay cura posible.


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